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OPERACIÓN QUELONIO
Nuestro equipo ha organizado campañas a
favor de esta interesante tortuga fluvial ya que de continuar tan abusiva casa muy pronto desaparecerán de esta cueva. Comenzamos
llevándonos gran cantidad de ejemplares a nuestras casas durante la época de sequía, cuyo tiempo era aprovechado en su estudio
(Talla, peso, conducta en cautiverio, etc); más tarde, cuando las aguas subterráneas retornaban, eran devueltas a su habitat.
En el primer experimento del 5 de Febrero de 1981 llegué a tener en mi casa unas 37 jicoteas de diferentes tamaños provenientes
de Cueva del Agua. Con una pintura roja muy fuerte las enumeré sobre su carapacho y mi padre y yo le construimos un estanque
de ladrillos en el patio el cual tenía alrededor de medio metro de altura, 1.5 de ancho y más de tres metros de largo donde
vaciamos varios cubos de agua sobre el fango del fondo.
Tintín y Charles durante la "Operación Quelonio".
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Tintín y Alberto fotografiando a cada ejemplar rescatado.
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Los ejemplares estaban un poco apretados pero esas eran las mismas conductas que habíamos observado en
los estrechos túneles de Cueva del Agua donde a veces localizábamos hasta 50 individuos amontonados unos sobre otros. Nuestro
vivero no era del todo horizontal y poseía una leve inclinación que permitía una zona más profunda y una playita donde salir
a respirar y tomar el sol, pero cada 24 horas teníamos que volver a vaciar varios cubos de agua porque la absorción de la
tierra y evaporación del sol no permitían un nivel constante. Una dificultad
lo fue que en la primera mañana cuando salimos a revisar el vivero comprobamos que el amontonamiento de una jicotea sobre
otra había provocado que 8 de ellas lograran escapar subiendo el muro de medio metro y escondiéndose en la tupida vegetación
de los canteros de mi patio. Movilizando a mis amigos logramos encontrar 3 de ellas en mi propiedad y 2 más en los patios
vecinos, pero 3 de estas se esfumaron a toda vista, ellas eran las números 19, 25, y 29. Esto
bastó para que construyéramos un marco de madera con las mismas proporciones
del estanque y le agregáramos una malla metálica en el centro, y a partir de entonces ninguna más escapó.
Su alimentación de pescado fresco estuvo
garantizada por varios meses como nunca lo huvieran tenido en su cueva madre en esa etapa de sequía, pero nos costaba caro
la empresa. Cada 10 días medíamos a los ejemplares y anotábamos cuidadosamente su número y los milímetros que progresaban.
Al final de la jornada comprobamos como estos animalitos constituyen la mascota perfecta para nuestros patios pues ninguna
falleció y por el contrario salieron de Gonzalo de Quesada 48 más despiertas y rezagantes que sus congéneres que quedaron
en El Mogote. Cuando las primeras señales del manto subterráneo comenzó a observarse en Cueva del Agua entonces decidí devolverlas
a sus moradas naturales y metidas en un saco de azúcar viajaron por toda la calzada de Barker desde Sagua hasta Jumagua.
Con mucha tristeza vaciamos el saco en uno de los túneles interiores de la cueva, porque le
habíamos tomado mucho cariño a nuestras mascoticas, pero había que hacerlo pues en esto presisamente consistía la “Operación Quelonio”. Es curioso destacar que cuando vacié a las 34 jicoteas sobre el suelo
de la cueva, muchas de ellas no huyeron de mí y por el contrario se acercaron hasta el mismo borde de mis botas, al alcace
de mis manos. Aquello me conmovió pues parecían identificar a quien les proveyó comida por más de 3 meses; también me dió
a pensar que quizás no sería muy buena la idea de hacerlas muy dóciles pues esto podría ser muy bien aprovechado en ventaja
de los despiadados cazadores.
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SEGUNDA “OPERACIÓN QUELONIO”
A principios de Febrero de 1982 imitamos el experimento
del pasado año e hicimos una minuciosa exploración por cada rincón de Cueva del Agua buscando jicoteas desamparadas a la vista
del cazador. Teníamos la experiencia de que ningún cazador se adentraba en los estrechos y “peligrosos” túneles
o galerías de la caverna para buscar a sus preciadas jicoteas, “hasta ahí no llegaba su heroicidad”, eran buenos
cazadores pero muy malos espeleólogos, todos respetaban con seriedad al mundo subterráneo y esa debilidad nosotros la conocíamos
por lo que debíamos proteger solamente a las Jicoteas que quedaban a su vista y despreocuparnos por las que se adentraban
en los “tenebrosos” túneles. En una reunión que tuvimos el 10 de enero del 1982 los de la Operación Quelonio abordamos
este tema y acordamos que a partir de entonces debíamos exparcir el rumor en el mismo centro de Sagua La Grande de que los
pasadisos naturales del subsuelo jumagüense eran extremadamente peligrosos y que cualquiera podría “trabarse”
en uno de ellos al tratar de retornar. Debemos reconocer de que no hay mucho mito en esto pues cualquier conducto estrecho
de una caverna puede resultar una pesadilla para cualquier espeleólogo, pero hablarles a los profanos del mundo cavernícola
sobre “el peligro y la tenebrosidad” de los túneles de Cueva del Agua en tono exagerado era nuestra principal
prioridad y creo que con este ardid o artimaña constribuimos en mucho para su preservación durante la década salvaje de 1970
a 1980.
En esta segunda operación recogimos 23
jicoteas que de forma desapercibida se paseaban por la parte visible de Cueva del Agua y la traimos a Sagua para que pasaran
unas breves vacaciones hasta que retornaran las aguas del manto subterráneo; curiosamente una de ellas era “cachimba”,
la número 36 que el año anterior había vivido en mi casa y que ahora la había vuelto a encontrar con el número en pintura
roja casi imperceptible sobre su carapacho de gran talla. Todas vinieron al vivero de Gonzalo de Quesada y aquí sobrevivieron
hasta que completando el mismo ciclo devolví 22 a su reducto acuático. Teniendo en cuenta el misticismo de: 1-Haber encontrado
de nuevo a “Cachimba”, 2-Que esta era muy vieja, y 3-Que necesitábamos un ejemplar para nuestro museo, decidimos
sacrificarla en beneficio de las demás y la dejamos en el estanque como una mascota permanente de mi hogar y aquí ha estado
hasta que recientemente murió. La he disecado con vistas a nuestro soñado Museo de Ciencias Naturales de la Villa del Undoso.
Debido a lo costoso de la operación no se pudo mantener por mucho tiempo más y decidimos
convertirla en una más sencilla: recoger los ejemplares más expuestos a la vista del cazador y llevarlos a los túneles más
alejados y de difícil acceso. Así se logró alargar la vida de estos animalitos durante algún tiempo pues la depredación salvaje
que hemos observado por una década y media ya los huviera exterminado.
LA
JICOTEA PERDIDA
Otra curiosidad a destacar es que hace poco tiempo, es decir a cuatro
años después de la primera operación, apareció muy escondida en el fango del patio de mi casa, una enorme jicotea que resultó ser una de las tres que habían escapado inicialmente y la cual nos pareció
identificar como la número 19 debido a que el trazo en rojo del “uno” aún podía deducirse en su carapacho. Esto
nos ha intrigado mucho y no nos podemos explicar de qué forma esta sobrevivió tantos años sin su medio líquido y sin su dieta
habitual. Su condición era perfecta y de ser la número 19 estimamos que creció más de 7 centímetros en cautiverio (y abandono total), lo cual ejemplifica la enorme resistencia que manifiestan estas tortugas fluviales cuando
los medios les son agrestes. En honor a su resistencia me arrastré por uno de los más complicados y difíciles túneles de Cueva
del Agua y la deposité allí junto a otras de sus congéneres; antes de regresar a la entrada de la cueva le dí varios toques
en su boca con un palito y esta, de forma agresiva, me respondió con triturantes mordidas; de esta forma le hice entender
que los intrusos en su morada no son amigos y por lo tanto no deben ser bienvenidos.
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LA AGRESIVIDAD COMO FORMA DE PROTECCION
En contra de nuestra voluntad hemos adoptado este método de “educación” donde la agresividad es la principal
defensa con que cuenta nuestra fauna vertebrada de los Mogotes de Jumagua. Llegamos
a estas lomas en 1970 encontrándonos con una fauna dócil casi idiota y desde entonces nos hemos dedicado a volverlas ágiles,
huidizas y agresivas con la simple técnica de “hacer desagradable nuestra presencia”, tarea pesarosa para un naturalista
cuyo sueño supremo es el de ser amado por todos los animales del bosque. Las volteamos y tocamos su cola poníendolas extremadamente
furiosas. En lenguaje vulgar le llamamos “cuquear” al animal para que nos ataque y se vuelva agresivo, lo cual
podemos traducir como “azuzar”, “pinchar”, “fustigar” o provocar la furia del animal para
que lo transmita al resto de la población que le rodea, y podemos afirmar que los resultados han sido increíblemente asombrosos
ya que muchos cazadores nos han informado que tanto las jicoteas como los majáes de las cuevas de El Mogote ahora parecen
más agresivos. Esperando por la protección legal de nuestros Mogotes de Jumagua, no hemos tenido mejor solución que acudir
a estos “remedios medievales” de sustos, mitos, leyendas y supersticiones.
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LAS TORTUGAS MARINAS DE SABANEQUE
Debido a que en nuestras excavaciones arqueológicas aparecen restos
de otras totugas cubanas que no son terrestres hemos decidido incluir a estas en nuestro catálogo las cuales , incluso, son
muy abundantes en la cayería de Sabana-Camagüey y la hemos reportado en Isabela de Sagua y disecado en Caibarién con vistas
al Museo del Mar que pronto se abrirá en Cayo Conuco (ver capítulo: El Museo del Mar). La familia Chelonidae agrupa en los mares de nuestra región a tres especies que son: la caguama (Caretta caretta), la tortuga
verde (Chelonia mydas) y el Carey (Eretmochelys imbricada); pero además tenemos al Tinglado (Dermochelys coriacea) que pertenece
a la familia Dermochelydae. Sus conchas y esqueletos aparecen a nuestro paso por montañas, cuevas y montes debido a que el
indio sagüero las trajo desde el mar durantes muchos siglos como una excelente fuente de proteínas. En algunas casas de Isabela
de Sagua frecuentemente vemos sus hermosos carapachos como trofeo de pesca. La caguama es muy perseguida debido a su gustosa
carne y por la tradición de que sus huevos son excelentes afrodisíacos; el carey
por su vistoso carapacho que es aprovechado en la manufactura de muchos artículos de lujo, aunque no deja de aprovecharse
su piel y aceite. La tortuga verde es la más pequeña pero la más abundante de los quelonios marinos en Sabaneque, se ven muchas
cantidades en los cayos y los pescadores las capturan en mayor cantidad. El tinglado es la tortuga más grande (metro y medio)
y de la que menos se conoce debido a sus hábitos oceánicos; el macho nunca regresa a tierra y lo poco que se conoce es debido
a las hembras cuando regresan a poner sus huevos en tierra; pero aún así su carne a veces se ve en el mercado negro de Sagua
La Grande así como sus codiciados huevos. Hemos colectado cuatro enormes ejemplares de cada una estas tortugas marinas con
el objetivo de exhibirlas en el Museo del Mar de Cayo Conuco en actual preparación.
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TORTUGAS COLECTADAS Y DISECADAS PARA EL MUSEO DEL MAR DE CAIBARIEN
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Clase Reptilia
Subclase: Anapsida
Orden: Testudines
Suborden: Cryptodira
Superfamilia: Chelonioidea
Familia: Cheloniidae
Subfamilia: Carettinae
Género: Caretta Rafinesque, 1814
Caretta caretta Linnaeus, 1758 Caguama
Subfamilia: Cheloniinae
Género: Chelonia Brongniart, 1800
Chelonia mydas Linnaeus, 1758 Tortuga verde
Género: Eretmochelys Fitzinger, 1843
Eretmochelys
imbricata Linnaeus, 1776 Carey
Familia: Dermochelyidae
Género: Dermochelys Blainville, 1816
Dermochelys coriacea Vandelli, 1761 Tinglado
Superfamilia: Testudinoidea
Familia: Emydidae
Subfamilia: Deirochelyinae
Género: Trachemys Agassiz, 1857
Trachemys
decussata
Gray, 1831 Jicotea
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